10 sept 2010

Tártaros.

A ver si documento el hecho, que figura en mi memoria, relativo a un pariente que en la primera mitad del siglo pasado hizo fortuna con los tártaros.

La señora de haber vivido, hoy cumpliría los 100 y no recuerdo exáctamente si en sus relatos se refería a su entonces difunto marido o a su padre, aunque observando aquel elevado nivel de instrucción, saber estar y buenos modales, diría que aquello lo había mamado.
O al menos es lo que a aquel preadolescente le sorprendía: La vajilla de porcelana, las cuberterías de plata, los muebles macizos, las mantelerías de hilo, la señora del servicio y el sifón y la botellita de vino que jamás faltaba en las dos comidas diarias que legislaban la casa. Porque ya podían ser vendimias o fiestas del pueblo que ella a las dos y a las diez bendecía la mesa y había que tener una excusa importante para no asistir con puntualidad.

Fuese su marido o su padre, la mujer contaba que aquel hombre montaba la bicicleta en el tren en la estación de Cenicero y bajaba en la de Vigo para visitar a los clientes gallegos con frecuencia, en exibición orgullosa de sus valores vertebrados por la convicción a fe ciega de la obtención del éxito a través del trabajo.

Para que no se líen con globulinas, proteinas, sales, ácidos, cargas eléctricas, etc. Les resumiré que los tártaros son sales que impregnan las paredes de los depósitos que han contenido vino y son útiles en la repostería y en la medicina. Sabiendo ésto es más fácil comprender aquel negocio entonces incipiente.

Y hablando de tártaros: Cuenta la mitología que el Tártaro es un infierno con tres noches, un pozo profundo, tan profundo y oscuro al que dejando caer un yunque desde la superficie de la tierra tardaría nueve días en llegar, el mismo tiempo que le costaría caer del Cielo a la superficie.
¡¡¡Arriba esos mineros!!!

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