Un pequeño paseo por el Loira, entre Vouvray y Nantes, observando las viñas y probando algunos vinos del entorno y ya echaba de menos las montañas. Un mar de tierras, el horizonte abajo.
Cuando uno llega a una zona vitívinicola de madrugada y mira a través de los cristales del tren, quiere encontrar sobre todo viñas, en casi monocultivo, como aquí y ahora en La Rioja me imaginaba. Pero juro que entre los 200 kilómetros que separan Blois de Angers, lo más parecido a una viña que ví por la ventanilla fue un corro de manzanos enanos que destacaban entre la inmensa llanura por la que se deslizaba el manso y cada vez mas caudaloso río.
Ya en la estación lo primero que pregunté fue por las montañas y las viñas, pero había una cita en el Parc des Expositions de Angers donde cada año, a primeros de febrero se reunen la mayor parte de viticultores y elaboradores de las 69 AOC que conforman esa identidad alrededor del milkilométrico Loira y que en 70.000 has. de viñedo produce unas 400 millones de botellas de vino.
En los mástiles de la puerta principal no faltaban las banderas de Reino Unido y Bélgica, paises receptores de la mitad de las exportaciones de vinos de Loira, pero el 80 % de la producción se bebe en Francia.
Allí estaban 600 expositores con sus vinos representando a las 7000 explotaciones vitícolas del Loira y aún con unas cuantas pautas anotadas en la agenda, resultaba irrestible dejarse arrastrar. Y es que las ferias de vino, tantas veces imprescindibles, suelen resultar agotadoras salvo que uno posea una ferrea disciplina sobrehumana, el calor de las personas y de los vinos
Un vistazo general al pabellón y el aroma del sílex roto por los golpecitos de un cantero nos atrajo. Curiosa forma de perfumar el ambiente, comentamos mientras levantabamos la vista y leíamos Domaine de La Pépière. Allí, a pocos metros estaba Marc Ollivier con su barba salvaje y su mirada tranquila, inteligente y noble, compartiendo con nosotros sus brillantes y esbeltos muscadet cargados de nervio.
Magnífica entrada que no traía en el guión. Y es que esto de las ferias...
Ya había hecho la promesa de no volver a pisar ninguna. No se disfruta del vino y casi tampoco de las conversaciones, muchas veces comprometidas por la situación. Con mucho ejercicio uno puede llegar a hacerse una idea de los vinos y de las cosas, pero la saturación y la ansiedad constante impide profundizar hasta el nivel que uno verdaderamente quisiera.
Ya estábamos en el Salón con el postgusto de los muscadet, y de frente: Pascal Gitton. Éste sí venía en la agenda, tanto que el viernes teníamos previsto recorrer los 350 kilómetros que separan Angers de Sancerre para conocer su viñedo y su bodega. Olisquear las cepas de sauvignon jaune de La Vigne du Larrey, origen del amable vino que tanto me gusta, pasear por Belles Dammes y de una vez por todas intentar conocer, al menos, el nombre de todos sus vinos. los Sancerre, los Poully Fumé, los Poully sur Loire, los Côteaux du Giennois y los Côtes de Duras.
Pero ni el viernes viajamos a Sancerre y ni siquiera conocimos el nombre de todos sus vinos. A cambio tuvimos el placer de pasar excelentes momentos con Pascal, su esposa y su equipo descorchando viejos sauvignones elaborados desde los años ochenta que guardaban toda su personalidad .
Convencidos de que nos haría falta todo un viaje especifico de acercamiento a la magistral viticultura y enología que profesa Gitton, anotamos la cita en la libreta de los deseos.
Luego, sec, demi-sec, moelleux, fines bulles, cremant y méthode traditonelle elaborados con chenin blanc de Vouvray, de Montlouis, de Anjou, de Coteaux du Layon, de Sauvennières. Muscadets, sauvignon blanc y jaune de Sancerre, de Poully Fumée. Rosé de loire, Cabernet d´ Anjou. Tintos a base de gamay, de cabernet franc, de malbec. Etc. Y todo concentrado en unas horas. ¡Qué despilfarro! Pero allí estábamos, probando y probando como niños en el palacio de los juguetes.
El primer día había resultado agotador y nos merecíamos una buena recompensa. Así que echamos el cierre para pasar por el hiper a comprar unos quesos y disfrutarlos en nuestra casa rural con barbaoa dónde nos esperaban un Martínez Lacuesta Reserva Especial de los años 60 ó 70, otra botella con restos de etiqueta en la que se podía distinguir pequeños trozos de una blanca de Marqués de Murrieta y un magnum de petillant de François Pinon.
Y es que queda tanto vino por descorchar...