Debe de ser cuestión de hábitos, pero cada día es menos frecuente que encuentre el momento adecuado para leer el periódico en formato tradicional. Entre el ojeo electrónico, el trabajo, los hijos y no sé cuantas otras causas, la compra de papel informativo la relego a los días de fiesta. Durante el recogido invierno, y como con la chimenea es más fácil reciclar, no fallo ni un festivo. Así que luego pasa lo que pasa, que me tengo que enterar en un café de que a uno de mi pueblo es la tercera vez que lo pesca la polícia por delitos contra la salud. Y no es que me importe demasiado que al paisano esta vez lo hayan encontrado entre más de 1000 kilos de cocaína. Aunque me asusta la reincidencia, lo que me da rabia es que me hayan pillado desinformado de los cotilleos del pueblo.
Así que he llegado a la conclusión de que leer la prensa a diario no implica estar bien informado, aunque para estarlo sea necesario leerla.
Donde digo la prensa querría decir los medios de comunicación, pero también sería inexacto, porque además de los canales comunes existen los particulares, ni más ni menos fiables que contribuyen a tomar una perspectiva de la noticia en un intercambio informativo, apartado de los intereses y caprichos de las empresas de información y condicionados por los propios de quien ejerce a su vez de emisor y receptor inmediato. Vamos, como en el cotilleo de siempre. Ese medio en el que el emisor llega a formar parte, al menos, de los créditos de la noticia, a veces de extra, de secundario e incluso de protagonista.
Pero es que hay emisores, muy, pero que muy pesaditos, monotemáticos, aburridos, que informan tanto y sólo sobre si mismos que provocan el mismo desinterés y fastidio que los intervalos publicitarios en medio de una película vista en la tele, que cuando vuelves de la pausa, casi se te ha olvidado el argumento.
A la voz: ¡Internetícese! Que fuera amplificada en aquella pasarela otoñal de Logroño, se han ido incorporando a la red perfiles del sector vitivinícola de todo pelaje. Las redes sociales se van llenando de bodegueros, vendedores de vino -cada vez más gente, algo inexplicabe y contradictorio frente a los datos de consumo- industrias auxiliares, hosteleros, restauradores, nuevos y viejos aficionados, etc. La tribu del vino desembarca en la jungla de las redes: Ansiosas carreras de amigos, perfiles huecos, buzones de correo, coleccionistas de estampas...
Otro bullicioso mercadillo. Cualquier día de estos aprendemos a rentabilizar este medio.