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30 mar 2010

Internetizando

Debe de ser cuestión de hábitos, pero cada día es menos frecuente que encuentre el momento adecuado para leer el periódico en formato tradicional. Entre el ojeo electrónico, el trabajo, los hijos y no sé cuantas otras causas, la compra de papel informativo la relego a los días de fiesta. Durante el recogido invierno, y como con la chimenea es más fácil reciclar, no fallo ni un festivo. Así que luego pasa lo que pasa, que me tengo que enterar en un café de que a uno de mi pueblo es la tercera vez que lo pesca la polícia por delitos contra la salud. Y no es que me importe demasiado que al paisano esta vez lo hayan encontrado entre más de 1000 kilos de cocaína. Aunque me asusta la reincidencia, lo que me da rabia es que me hayan pillado desinformado de los cotilleos del pueblo.
Así que he llegado a la conclusión de que leer la prensa a diario no implica estar bien informado, aunque para estarlo sea necesario leerla.

Donde digo la prensa querría decir los medios de comunicación, pero también sería inexacto, porque además de los canales comunes existen los particulares, ni más ni menos fiables que contribuyen a tomar una perspectiva de la noticia en un intercambio informativo, apartado de los intereses y caprichos de las empresas de información y condicionados por los propios de quien ejerce a su vez de emisor y receptor inmediato. Vamos, como en el cotilleo de siempre. Ese medio en el que el emisor llega a formar parte, al menos, de los créditos de la noticia, a veces de extra, de secundario e incluso de protagonista.

Pero es que hay emisores, muy, pero que muy pesaditos, monotemáticos, aburridos, que informan tanto y sólo sobre si mismos que provocan el mismo desinterés y fastidio que los intervalos publicitarios en medio de una película vista en la tele, que cuando vuelves de la pausa, casi se te ha olvidado el argumento.

A la voz: ¡Internetícese! Que fuera amplificada en aquella pasarela otoñal de Logroño, se han ido incorporando a la red perfiles del sector vitivinícola de todo pelaje. Las redes sociales se van llenando de bodegueros, vendedores de vino -cada vez más gente, algo inexplicabe y contradictorio frente a los datos de consumo- industrias auxiliares, hosteleros, restauradores, nuevos y viejos aficionados, etc. La tribu del vino desembarca en la jungla de las redes: Ansiosas carreras de amigos, perfiles huecos, buzones de correo, coleccionistas de estampas...
Otro bullicioso mercadillo. Cualquier día de estos aprendemos a rentabilizar este medio.

27 mar 2009

Del cómo al cuánto.

No sé dónde había oído que la asignatura de economía trataba de, algo así como, traducir a números el comportamiento social. Se tratara de lo que se tratase, esa asignatura se me atragantó tanto que tuve suplicar a un amigo, recién licenciado en la materia, que me suplantase en el examen final. Como el pobre también me suspendió, nunca más quise saber de balanzas, índices, ni de pibs, ni de pabs.

De aquellos polvos, digo yo que vendrán estos lodos. Si hubiera hecho caso a mis queridos que profetizaban esta retrospectiva mía de lamentos, otro gallo me cantara.

A pesar de parasitismo de los bancos que buscan sin escrúpulo y con ahínco, la apropiación debida e indebida del tiempo y los esfuerzos, uno debe seguir adelante con sus valores, sus proyectos y su forma de ver las cosas, porque de lo contrario, naufragaría en el mar de los borregos y para eso no he venido hasta aquí. Esto es lo que sé hacer. Si les parece bien como si les parece mal.

Los resultados de la cuenta, los del balance, los de los puntos, los de los euros ¿Es el resultado lo único que importa o cuenta también cómo llegamos hasta él? Cuando bebemos vino ¿Vale más la intensidad de las sensaciones que el verdadero placer?¿Acaso la mierda, no tiene altísima intensidad aromática?

¡Tantos puntos! ¡Tantos euros! ¡Tanto, tanto!

Se dice que hay vinos para todos los gustos, de todos los precios e incluso para todas las ocasiones y sin embargo el consumo sigue bajando, a pesar de la flexibilización de precios y de la creciente tendencia a utilizarlo como papel moneda. Porque hubo un tiempo en el que el dinero se enterraba en las bodegas y en las viñas y ahora se paga con el vino nacido de las semillas de los de quinientos. Quizás sea éste, el del pago de deudas, el único vino que se beba, porque cuando la gente no quiere beber, no quiere beber y además le da igual el precio que tenga que pagar.

15 feb 2009

Persuasión y entendimiento.


Mirando el vino y su entorno, no hay día que pase sin que perciba cierta desorientación ante el impacto de la multiplicación y transformación de marcas y etiquetas que adornan las botellas que contienen el vino.

Ante esta proliferación visual, tanto como profesional como consumidor curioso, me lanzo de cabeza a buscar el vino debajo de ese atuendo. Por eso creo comprender la ansiedad que produce en el consumidor la abrumadora y aparente sobre oferta de impactos y que expresa la repetida frase: "Cada día hay un vino nuevo".

Sin entrar a analizar las diversas causas que llevan al emisor, de forma radical, a cambiar, transformar y segmentar el código de comunicación que constituyen las marcas y etiquetas, noto cierta saturación en el receptor, consumidor o no.

Esto genera al menos dos grandes corrientes opuestas: Una, hacia el fanatismo ortodoxo provocado por el reto de hurgar debajo de la etiqueta y otra de pasotismo por saturación.

Yendo por los extremos, por un lado, un puñado de enomaniacos que cada primavera viajan a la Borgoña a contar las yemas de La Romanée Conti, frente al aburrimiento y la falta de interés que generan los incesantes cambios de apariencia y la confusión que pide a gritos: “Écheme de esa , tabernero”. De esa etiqueta, claro.

Podríamos considerar la etiqueta como un soporte de comunicación reglamentado, cuyo fundamento principal es tratar de expresar mediante diversos lenguajes, el concepto a menudo interactivo entre la bodega/emisor y el consumidor/receptor. En distintos contextos situacionales y por supuesto, teniendo bien en cuenta la semiología de las sociedades (moda, costumbres, asimilación de signos, etc.)

Pero la etiqueta aislada del contenido y de los otros envoltorios y/o embalajes, no tiene mucho sentido a no ser que se pretenda pegar en una botella de vino un mensaje determinado, una efeméride o representar una obra de arte. No sólo la etiqueta, sino todo el envoltorio, caja, cápsula corcho, etc,

La imagen y la información que adherimos en torno al vino influyen unas veces para bien y otras para mal, en el concepto de lo que se pretende transmitir.

Pero el vino no es sólo papel couchée y envoltorio. El vino por sí sólo es ya una expresión de clima y terruño, de savoir faire, de cultura, de hábito, de alimentación y de todo lo que se quiera y pretenda transmitir e interpretar.

El reto de la etiqueta y de cualquier vestimenta está en tratar de complementar sin estridencias y con buena y veraz información, ese amplio mensaje que constituye el propio contenido: El vino.

Se debe de tener muy claro que es lo que se quiere transmitir, a quién y en qué contexto situacional.

Muchos creen que sólo por meter su vino en una troncocónica, tapado con un largo corcho y en una caja de diseño, ya tienen argumentos suficientes para situarlo en un determinado segmento de precio. Mientras otros, abusando de la consolidada imagen de marca de la casa, transforman el contenido radicalmente, manteniendo intacto el envoltorio. De esta manera no resulta difícil encontrar frustraciones en saldo o botellas abiertas devueltas a la bodega porque no cumplen las expectativas del cliente.