Ayer escuchaba- mientras pedaleaba por el Camino Viejo de Alberite, al que sospecho que la fiebre del ladrilllo ha de cambiar por Camino a Ninguna Parte- que los españoles no somos muy de idiomas, que nos cuesta
aprenderlos y- me quedé con- que había al menos un par de causas que contribuían a dificultar el aprendizaje.
En la tertulia se preguntaban cómo siendo España un país en el que el aprendizaje, sobre todo del inglés, estaba reglado e impartido en la Educación desde una edad mas temprana que en otros países, la cosa no cuajaba y que los españoles manifestamos mas dificultad que otros a la hora de expresarnos en otros idiomas.
Algún experto apuntó aquello de que aprender un idioma no tiene por qué resultar una pesada obligación, sino mas bien todo lo contrario, para cubrir la necesidad humana de comunicarse.
Hasta que el abuelo, que me adelantaba con su bici de carreras por la derecha, en una rotonda y entre los coches, le hizo la tijera( según él) y casi se rompe la clavícula- cayó al suelo, también pude escuchar algo sobre el sentido del ridículo que nos invade cuando tratamos de entonar en otra lengua y de cómo este hecho también contribuye a la frustración de considerarnos bastante torpes con los idiomas.
Entre palabras, parecía claro que lo de ese sentimiento de frustración venía dado más por la dificultad para aprender inglés que de chino mandarín, francés, árabe, alemán o ruso, por poner ejemplos de lenguas procedentes de más allá de nuestras fronteras.
Luego, después del percance, en el resumen de la tertulia parece que alguien había apuntado sobre la dificultad de los ingleses por aprender el español y tal. En fin, divertida tertulia para un paseo con percance.
¿Que qué tiene ésto que ver con el vino? Pues prácticamente nada.
En España se enseña poca agricultura en las escuelas, no hay apenas frustración por no conocer nuestros propios vinos ni los de fuera, como lo demuestra el decreciente consumo
interno, el generalizado desconocimiento de los productos derivados del vino( ¿Sólo tiene vino? -Es que quería champán) o el menosprecio de colores. (Total un blanco, pa lo que es...) Y tantas y tantas claves que demuestran que el vino es la bebida nacional por excelencia, que la conocemos y la amamos porque forma parte de nuestra vida, costumbres y cultura, desde tiempos inmemoriales. No en vano dentro de estas fronteras, persiste o subsiste- según se mire- la mayor superficie vitícola del planeta.
2 comentarios:
En una país en el que la gente no sólo no se avergüenza de su incultura, si no que hace gala de la misma mostrándola y demostrándola con todo el orgullo posible, todo lo demás viene rodado.
Saludos,
Jose
P.S: Insumiso total a las nuevas normas de la RAE. ¡Aupa las tildes acentuales y las diéresis!
En colonias los años pasan en balde. Y es que persiste la creencia de que la cultura se mide por el nivel de conocimiento, antes de latín o ahora de la lengua imperial vigente y de la imitación de los hábitos y costumbres de la metrópoli. Todo lo demás, incluido lo propio, apunta a rancio y/o avergüenza. Semos asín.
En lo de la RAE estoy contigo, sólo hacen liarla. Ya no sé si tengo sitio para tanto cambio de norma.
Saludos.
JC
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