-Total un blanco, para lo que es...
Bueno, tú ya me entiendes.
Por lo visto no supe contener el ceño.
Pero no se asuten, no es que vaya exponer una defensa del vino blanco. Ni del tinto, ni de ninguno, los vinos no tienen defensa. Son los bebedores los que eligen de entre lo que hay.
Tampoco pretendo lamentar la práctica desaparición de los vinos blancos riojanos con crianza en
favor de los afrutados, de los amaderados y ahora de los pectolíticos, ni siquiera la falta de comprensión de los jerezanos por los consumidores nacionales.
La clave del asunto parece que pulula alrededor de cómo y el por qué se bebe vino.
Siempre se dijo que en bota y en porrón se bebe menos -parece que el chorrito calma la sed y la ansiedad y ayuda a controlar la respiración- pero hoy, al parecer, resulta menos estético que sacudirse unas cañuflas con la mitad de graduación, a vaso abierto sin respirar, o pintarla en una terraza con un copazo de gintonic con colorines. Así que si para combatir la vertiginosa caída de consumo de vino en España (hasta una cántara/persona/año, vergonzoso en el país de mayor superficie vitivinícola de mundo) hay que revindicar el uso de la bota y el porrón, yo me apunto.
Me proponía reclamar un poco más de atención sobre los vinos blancos de cómo y por qué se beben, pero no sé si tiene mucho sentido en un mercado peligrosamente decadente. Así que lo mas rentable va a ser vender etiquetas, banderas, nuevas plantaciones de viñas viejas, catálogos de robles, levaduras en sobre, e intensidades artificiales varias, que por lo visto se asocian a una mayor calidad de producto.
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