Dicen los psicólogos que el miedo es natural y necesario para la supervivencia, pero que su exceso, el pánico, es una enfermedad que puede condicionar la vida hasta paralizarla. Según las gentes que estudian el asunto, hay varias maneras en que se reacciona al miedo, que son el ataque, la huida y la paralización o algunas conductas intersociales de sumisión.
De lo que sí estoy seguro es de que vivir con miedo no vale la pena, aunque las alternativas de reacción pueden resultar tan aterradoras como el propio miedo.
Y es que cuando uno trabaja apasionadamente en un proyecto en el que aporta todos sus recursos y lo conduce y reconduce a pesar de los vaivenes, no puede dejarse intimidar y por supuesto, llegado ya a un momento de madurez, resulta imposible huir. ¿Hacia dónde? ¿Y atacar, a quién o a qué?.
Tranquilos, no se alarmen, todavía no nos toca a nosotros, pero el próximo lunes cierra para siempre un cliente: La Chatilla de San Agustín. Un restaurante surgido a partir del cierre del emblemático La Merced de Lorenzo Cañas del que heredó buena parte del personal y el meritorio cuidado de la bodega en una ciudad como ésta, donde quién más quién menos mantiene un vínculo directo y profundo con el vino. Bueno, pues de esa bodega y de esa sobresaliente carta de vinos que gestionó Juan de Marcos durante al menos 10 años, hace ya tiempo que no quedaba nada. Se veía venir.
Esta tarde ha pasado por aquí Moisés, otro camarero de las escuela de Lorenzo Cañas, para avisar de que echaban el cierre a falta de dos años para su jubilación y de que nuestra caja de Terras Gauda iba a resultar difícil de recuperar.
Mañana será otro día.